Miedo al miedo: terapia de ataque de pánico

"Los subterfugios de la esperanza son tan ineficaces como los argumentos de la razón" (Cioran, 1993) cuando el corazón late desenfrenadamente, la respiración se hace dificultosa, el cuerpo parece atravesado por una corriente eléctrica de alto voltaje y la mente corre veloz, buscando de una solución a esos sentimientos que uno no puede explicar. La necesidad de ayuda y protección, así como el intento de huir de esa situación que sólo quieres que pare, impide cualquier intento de poder controlarte a ti mismo y tus reacciones. Entonces, de repente, todo termina, dejando la misma sensación de devastación que produce un tsunami, en este caso psicológico. Hasta la próxima vez. Acabamos de dar un paseo con un miedo paralizante; el que aterroriza, el que aniquila. Pero, ¿cómo puede suceder que a partir de un miedo natural se pueda estructurar un verdadero desorden del que la persona no puede librarse? El miedo, como dote de la naturaleza, viene antes y después de todo, empujándonos a actuar anticipándonos a la misma mente, con rapidez y precisión. Al mismo tiempo, precisamente por las características descritas, cuando nos ataca destruye todo lo demás y la razón naufraga, el miedo se supera a sí mismo y se convierte en limitación a partir de un gran recurso; se convierte en pánico.

El pánico entendido como trastorno psicológico es una categoría diagnóstica moderna, aunque la reacción característica como respuesta a condiciones de extrema amenaza, o el definido “temor pánico”, es la más arcaica de las emociones. OMS (Organización Mundial de la Salud), en el año 2000, definió el trastorno de pánico como la enfermedad existente más importante, afectando al 20% de la población. Desde una perspectiva nosográfica, en el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), las crisis de angustia han sido contradictoriamente incluidas dentro de la categoría de los trastornos de ansiedad.
Mientras que, desde un punto de vista operativo, parece que no es la ansiedad la que desencadena el miedo, sino que es el miedo el que desencadena la reacción fisiológica de la ansiedad, que aumenta cada vez más con el aumento de la percepción de amenaza individual, transformándose así de la pérdida funcional del mecanismo de activación del control. Siguiendo esta lógica, si la activación de la ansiedad es un efecto de la percepción de estímulos internos o externos al organismo, las vías privilegiadas de tratamiento pasan a ser la gestión y transformación de percepciones que activan las reacciones del sujeto en momentos de crisis, mientras que la La clasificación de los ataques de pánico entre los trastornos de ansiedad conduce a una distorsión de la observación y evaluación del trastorno, indicando como la solución más adecuada la propia terapia farmacológica inhibidora de la ansiedad. No es casualidad que el primer falso positivo en el diagnóstico de pánico lo represente precisamente el trastorno de ansiedad generalizada, donde en realidad falta la pérdida total de control propia del pánico; el estado de alarma es constante, con aumento de los parámetros fisiológicos, que sin embargo no llegan al basculamiento.

Desde el punto de vista etiológico, aunque la metodología realmente rigurosa para entender cómo funciona una patología está representada por el tipo de solución terapéutica capaz de resolverla, la mayoría de las veces la perspectiva sigue siendo la tradicional que busca en el pasado las causas de la misma. el problema presente. Sin embargo, durante un ataque de pánico, la persona se aterra de sus propios sentimientos de miedo hacia el estímulo amenazante que intentará combatir, como veremos, aumentándolos; el efecto, por tanto, se convierte en causa. El cambio terapéutico sólo puede darse dentro de la dinámica actual de persistencia del problema, actuando así sobre la forma en que el individuo percibe los estímulos amenazantes y, reaccionando ante ellos, en lugar de manejarlos funcionalmente, se siente desbordado. El foco del estudio es la interacción del organismo con su realidad, a la que responde modificándola y siendo modificado por ella. El pánico es definido por muchos como la forma más extrema de miedo que, si por debajo de un determinado umbral representa un recurso que permite alertar al organismo ante situaciones peligrosas, por encima de ese límite se vuelve patológico. Hay varias situaciones en las que el escalofrío del miedo envuelve a la persona en sus espirales, pero la estructura operativa del círculo vicioso que crea y mantiene el propio miedo es similar, hasta convertirse en pánico.

Analizando las reacciones más habituales ante una percepción de miedo intenso, podemos observar algunos despidos constantes en diferentes personas y situaciones:

a) El intento de evitar o rehuir lo que asusta, lo que hace que uno se sienta cada vez menos capaz de enfrentarse a ese monstruo que asume proporciones cada vez más gigantescas en la mente de quien tiene miedo
b) la búsqueda de ayuda y protección, que nos haga sentir seguros en el lugar, pero luego, aunque lo consigamos, sólo será un amortiguador que surtirá efecto hasta la próxima vez.
Esto se debe a que al enfrentarse al miedo se produce una especie de delegación en el otro que, al ser una percepción individual, sólo puede ser exorcizada por quien la siente;
c) el intento fallido de mantener bajo control las propias reacciones fisiológicas, lo que paradójicamente hace que uno pierda el control, por lo que uno se agita aún más.

La repetición en el tiempo de este tipo de interacciones aumenta la percepción del miedo llegando a una exasperación de los parámetros fisiológicos que se activan de forma natural ante la presencia de estímulos amenazantes, hasta la explosión del pánico. Si, por el contrario, se logra interrumpir estas interacciones disfuncionales, el miedo cae dentro de los límites de la funcionalidad (Nardone, 1993, 2000, 2003). Esta última afirmación fue la hipótesis misma de la que Giorgio Nardone y colaboradores, han dado los primeros pasos para el desarrollo de protocolos de intervención específicos: si realmente la evitación, la petición de ayuda y el intento fallido de control son los que transforman una reacción de miedo en pánico, procurar que una persona que padece este trastorno interrumpa dichos guiones de respuesta. llevar a la extinción del trastorno. En 1987 se llevó a cabo la primera aplicación de un protocolo terapéutico específico para las crisis de pánico con agorafobia, basado en una secuencia estratégica de estratagemas terapéuticas que creaban los eventos aleatorios planificados, que llevaban a los sujetos primero a experimentar la experiencia emocional correctiva, para luego paulatinamente siendo expuesto a las situaciones temidas, tocando las nuevas habilidades adquiridas.

La primera investigación-intervención publicado en 1988 (Nardone, 1988) supuso el hito de todo el trabajo sobre el pánico desarrollado en las siguientes décadas hasta la fecha, demostrando su extraordinaria eficacia y eficiencia terapéutica para romper la rigidez del disfuncional sistema perceptivo-reactivo fóbico-obsesivo. Actualmente, el tratamiento terapéutico desarrollado, y por tanto testado y probado, representa la "mejor práctica" en la terapia de los ataques de pánico, respondiendo a todos los criterios establecidos para poder evaluar, desde un punto de vista epistemológico y empírico, la validez científica y aplicación de un modelo de intervención terapéutica. En particular:
- los cambios terapéuticos obtenidos se mantienen en el tiempo, reduciéndose al mínimo la posibilidad de recaídas del trastorno; como prueba de ello, los estudios experimentales realizados con grupo control y muestras aleatorias, las grabaciones en video de los procesos terapéuticos, y la comparación con otras técnicas terapéuticas, es decir, evaluaciones tanto cualitativas como cuantitativas (eficacia);
- la estrategia terapéutica produce resultados en un tiempo razonablemente corto, meses y no años, de lo contrario el cambio podría ser efecto de eventos fortuitos (eficiencia);
- las técnicas terapéuticas y su proceso pueden replicar los resultados en diferentes sujetos que presentan la misma patología (replicabilidad); - durante la aplicación, los efectos de cada maniobra terapéutica individual pueden predecirse dentro de toda la secuencia del modelo (predictividad);
- el modelo y todas sus técnicas se enseñan constantemente y se transmiten a otros compañeros para que, aplicándolos, obtengan resultados similares (transmisibilidad). Inicialmente, las maniobras de desbloqueo actuaron bloqueando el pedido de ayuda y protección a través de una reestructuración encaminada a crear un miedo mayor que inhibía al presente, retomando la observación de que un miedo mayor está acorralando, y quienes lo escuchan muchas veces se retiran ganando. valor incluso en las condiciones más adversas. Para actuar sobre la conducta evitativa se idearon una serie de prescripciones sugestivas capaces de distraer al sujeto durante la exposición a situaciones temidas (contra-evitaciones), como la prescripción de la pirueta y la de la manzana (Nardone, 1993; 2003). Finalmente, para interrumpir el intento de reprimir las propias reacciones, se ideó el “cuaderno de bitácora”, es decir, una especie de aparente seguimiento de los episodios de pánico, pero en realidad destinado a producir un desapego emocional.

Ello, partiendo de la observación de que, cuando el sujeto reacciona ante la situación aterradora empujado por algún motivo o estímulo que lo distrae, actúa sin pensar y, sólo después, se da cuenta de lo que ha hecho con éxito. Los estudios sobre la neurofisiología del pánico (Nardone, 2003; 2016) han destacado entonces dos procesos fundamentales que ocurren durante un ataque de pánico: por un lado, la percepción fóbica involucra al sistema límbico (amígdala, hipocampo, locus coeruleus, hipotálamo… ), que reacciona en milésimas de segundo transmitiendo inmediatamente una respuesta a la periferia, activando la reacción de "lucha o huida", (o huyo o lucho), a la que actualmente se ha sumado la "congelación" gracias a la estimulación del sistema autónomo sistema nervioso, en particular de la sección simpática.
Por otro lado, después de milésimas de segundo, la sensación llega a la corteza, que se encarga de la evaluación consciente de los estímulos externos y modula las conductas voluntarias; para que la amígdala responda a las reacciones de miedo, la corteza prefrontal medial debe estar desactivada.

El problema surge cuando la mente moderna, por tanto el córtex, confunde el sano mecanismo descrito con algo peligroso, dándose cuenta de que está fuera de su control, y lo que más asusta empieza a no ser ya el miedo en sí, sino la reacción de pérdida de control del mismo. organismo, lo que lleva a la razón a tratar de controlar, y cuanto más intenta controlar más pierde el control, hasta la inclinación fisiológica del ataque de pánico. Por tanto, era necesario introducir una técnica capaz de intervenir con éxito en los ataques de pánico en ausencia de una fuente amenazante real, o en aquellos casos en los que la amenaza aterradora no proviene del exterior, sino que deriva del miedo al miedo que desencadena. la paradójica escalada al pánico. Paradójicamente, el miedo se convierte en una profecía autocumplida sin necesidad de ninguna situación desencadenante externa.

La técnica de la "peor fantasía", fruto de una constante investigación-intervención en el campo y ejemplos concretos del éxito de la paradoja en la historia. Pensemos en el coraje estoico de Séneca que, condenado a quitarse la vida cortándose las venas con sus propias manos y tras ver correr a su mujer la misma suerte que él, consiguió vencer el miedo pasando el tiempo previo a la ejecución imaginando todas las fantasías más terrible sobre esa atroz película de terror de la que inevitablemente se convertiría en protagonista.

En concreto, la técnica consiste en pedir a la persona que se retire todos los días a una habitación donde nadie pueda molestarle y, poniéndose cómodo, atenuará las luces y creará un ambiente suave. Apuntará a que una alarma suene media hora más tarde y en esa media hora comenzará a sumergirse en las peores fantasías sobre lo que le puede pasar. Y, en ese tiempo, hará lo que le venga: si tiene ganas de llorar, llora, si viene de gritar, grita, si tiene ganas de tirar los pies al suelo, lo hace. Cuando suene la alarma... PARE... todo ha terminado; apaga la alarma, va a lavarse la cara y vuelve a su jornada habitual. Entonces, lo importante es que durante toda la media hora, ya sea que se enferme o no, se quede allí, entregándose a todas las peores fantasías que puedan ocurrir. Hace lo que tiene que hacer, pero cuando suena la alarma... PARE... se acaba todo. Apaga la alarma, se lava la cara y vuelve a su día habitual. Media hora de pasión diaria, entonces.

Los resultados de la aplicación del mandato paradójico al pánico (Frankl, 1946) son extraordinarios: los pacientes inducidos a sumergirse en todas las peores fantasías posibles sobre el pánico, en lugar de asustarse, se relajan, creando un efecto contraparadójico (Nardone, Balbi , 2008) en comparación con la paradoja de la escalada del miedo al pánico, llegando incluso a quedarse dormido. Tras un riguroso entrenamiento, en el que se ve la evolución de la técnica de media hora a cinco minutos cinco veces al día en los que la persona tiene que concertar citas programadas a sus miedos para familiarizarse con la experiencia por lo que cuanto más busca el miedo, más menos es que aparecerá, se llega a usar la técnica antes de hacer algo temido (mirar el miedo a la cara para que se convierta en coraje”) y cuando el miedo surge de forma inesperada (toco el fantasma cuando aparece para hacerlo desaparecer).

En el año 2000, el estudio de evaluación sobre 3482 casos tratados, de los cuales más del 70% padecían ataques de pánico, mostró una eficacia terapéutica del 95% y con una duración de los tratamientos reducida a siete sesiones. Cientos de miles de casos han sido tratados con éxito desde entonces, con una tasa de éxito promedio en estadísticas internacionales superior al 85%. Pero el hallazgo más sorprendente es que los pacientes se deshacen del trastorno invalidante en un plazo de 3 a 6 meses y que estos resultados, como muestran las mediciones de seguimiento tras finalizar las terapias, se mantienen en el tiempo en ausencia de recaídas y cambios de síntomas. . Esto es gracias a la aplicación de una lógica isomórfica a la de la persistencia del problema, por tanto no ordinaria, y a una forma de comunicación persuasiva sugerente (Nardone, 2016; Castelnuovo et al., 2013; Nardone, Watzlawick, 2005) . El miedo, por tanto, si es empujado, más que rehuido o reprimido, se satura en sus propios excesos (Nardone, 2016), convirtiéndose en la demostración más clara de que “No hay noche que no vea el día” (Nardone, 2003) .

Dra. Elisa Balbi (Psicóloga-Psicoterapeuta Oficial del Centro de Terapia Breve Estratégica)

 

Referencias

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